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Pitiayumí – (Parula pitiayumi) Toro Pozo

 

Una de las aves que cuando nos acostumbramos a mirar entre el follaje de los árboles puede empezar a dejar de pasarnos desapercibida, es el Pitiayumí, o según su nombre científico universal “Parula Pitiayumi”.  Su tamaño conspira contra su visibilidad, por lo que a veces es preferible primero intentar escucharlo: tienen de extremo a extremo apenas 10 centímetros y son inquietos. Su desplazamiento preferente es en los niveles medios y altos del follaje. Pertenece al género de los arañeros, representado por cinco especies en el Uruguay. Habita en nuestros montes y se lo cataloga como un ave residente, de presencia común, con presencia en todos los departamentos del país, lo que incluye espacios enjardinados. Su alimentación es mayormente insectívora, caza pequeños insectos con maniobras casi acrobáticas entre el follaje; pero también se alimenta de pequeños frutos. A veces lo identifica su canto, una serie breve y ascendente de notas agudas que repite esporádicamente. Los machos pueden llegar a diferenciarse de las hembras por una presencia más marcada del antifaz sobre sus ojos. El dorso de ambos es azul, con una mancha olivácea sobre la espalda. El pecho es amarillo anaranjado, tornándose amarillo a medida que se baja hacia el vientre. Las plumas cobertoras alares poseen pequeñas barras blancas, al igual que las plumas timoneras. Su nido es una pequeña tacita globular que construye con barba de monte o claveles del aire y pasa desapercibido en el ambiente. Mide unos 9 cm. Sexos similares. Se mueve por el estrato medio y alto. Oculto. Posa a media altura. Recorredor. Inquieto. Curioso. Movedizo. Confiado. Se distribuye desde el centro de La pampa y este de Buenos Aires hacia el noreste. Norte de San Luis, norte de Córdoba, norte de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Chaco, Formosa, santiago del Estero, este de Salta, este de La Rioja, este de Catamarca, este de San Juan y Tucumán, Uruguay. Paraguay. Brasil. Bolivia.

Ratona comùn-Troglodytes aedon-Gramilla

RATONA COMUN

El nombre «ratona» le viene de su color pardo grisáceo y sus movimientos inquietos cuando inspecciona arbustos y matas en busca de arañitas y otros pequeños artrópodos. También recibe el nombre de «tacuarita». Cada tanto, la ratona deja oír un chirrido corto y grave, aunque también posee un alegre y melodioso canto terminando en un largo trino. Si bien en forma natural habita tanto selvas y bosques como zonas áridas, es vista también en los espacios verdes de nuestras ciudades, debido a su capacidad de adaptarse a los ambientes creados por el hombre, cosa que ocurre asimismo con otras aves. Esta adaptación al ambiente urbano queda en parte justificada por la variedad de lugares de que la ratona dispone para nidificar en las ciudades: desde huecos de árboles, pasando por grietas y nidos abandonados, hasta latas y recipientes varios. Tanto en la ciudad como en el campo, construye su nido con palitos, cerdas y plumas; éste tiene forma semiesférica. La ratona pone de 4 a 6 huevos de color rosado, con pintas castañas en toda la superficie, pero en mayor cantidad hacia el polo mayor y menor; miden 17 x 13 mm.

Viejo algarrobo (Prosopis alba griseb) – Suri Pozo – Dpto. Jimenez

Viejo algarrobo (Prosopis alba griseb)

Viejo algarrobo (Prosopis alba griseb)

LA LEYENDA DEL ALGARROBO

Era en tiempos de los Incas.
Los quichuas adoraban con las principales honras a Viracocha, señor supremo del reino. También adoraban a Inti, a las estrellas, al trueno y a la tierra.
Conocían a esta última con el nombre de Pachamama, que es como decir «Madre Tierra» y a ella acudían para pedir abundantes cosechas, la feliz realización de una empresa, caza numerosa, protección para las enfermedades, para el granizo, para el viento helado, la niebla y para todo lo que podía ser causa de desgracia o sinsabor.
Levantaban en su honor altares o monumentos a lo largo de los caminos.
Los llamaban apachetas y consistían en una cantidad de piedras amontonadas unas encima de las otras, formando un pequeño montículo.
Allí se detenía el indio a orar, a encomendarse a la Pachamama, cuando pasaba por el camino al alejarse del lugar por tiempo indeterminado o simplemente cuando se dirigía al valle llevando sus animales a pastar.
Para ponerse bajo la protección de la Pachamama, depositaba en la apacheta, coca, o cualquier alimento que tuviera en gran estima, seguro de conseguir el pedido hecho a la divinidad.
Respetuoso de la tradición y de las costumbres, el pueblo quichua jamás había olvidado sus obligaciones hacia los dioses que regían sus vidas.
Pero llegó un tiempo de gran abundancia en que los campos sembrados de maíz eran vergeles maravillosos que daban copiosa cosecha, la tierra se prodigaba con exuberancia y la ociosidad fue apoderándose de ese pueblo laborioso que, olvidando sus obligaciones, abandonó poco a poco el trabajo para dedicarse a la holganza, al vicio y a la orgía.
Se desperdiciaba el alimento que tan poco costaba conseguir, y con las espigas de maíz, que las plantas entregaban sin tasa, fabricaban chicha con la que llenaban vasijas en cantidades nunca vistas.
Fue una época sin precedentes.
El vicio dominaba a hombres y mujeres. Ellos, en su inconsciencia, sólo pensaban en entregarse a los placeres bebiendo de continuo y con exceso, comiendo en la misma forma y danzando durante todo el tiempo que no dedicaban al sueño o al descanso.
Los depósitos repletos proveían del alimento necesario y nadie pensó que esa fuente, que les proporcionaba granos y frutos en abundancia, se agotaría alguna vez.
El desenfreno continuaba y nada había que llamara a ese pueblo a la reflexión y a la vida ordenada y normal.
Llegó la época en que se hacía imprescindible sembrar si se pretendía cosechar, pero nadie pensaba en ello.
Inti, entonces, al comprobar que el pueblo desagradecido olvidaba los favores brindados por la Pachamama, queriendo darles su merecido, resolvió castigarlos.
Con el calor de sus rayos, que envió a la tierra como dardos de fuego, secó los ríos y lagunas, los lagos y vertientes y, como consecuencia, la tierra se endureció, las plantas perdieron sus hojas verdes y sus flores, los tallos se doblaron y los troncos y las ramas de los árboles, resecos y polvorientos, parecían brazos retorcidos y sin vida.
En los géneros aún quedaban alimentos, y en los cántaros, chicha. ¿Qué importancia tenía, entonces, para esas gentes, que las plantas se secaran y que el río hubiera dejado de correr, y seco y sin vida, mostrara las paredes pedregosas de su lecho?
Mientras durara la chicha no podría desaparecer la felicidad ni la alegría.
Pero un día llegó en que, con asombro, comprobaron que los graneros no eran inagotables y que, para servirse de sus granos y de sus frutos, era necesario depositarlos primero. El alimento comenzó a escasear, y con ello las penurias, la miseria y el hambre hicieron su aparición.
Recapacitaron entonces los quichuas, decidiendo volver a trabajar los campos y a sembrarlos.
Pero el castigo de Inti no había terminado y la tierra, cada vez más reseca y dura, no se dejaba clavar los útiles con que pretendían labrarla, y así era imposible poner la semilla. La desolación y la miseria fueron soberanas de ese pueblo que, en un instante, olvidó las leyes de sus dioses y sus obligaciones con la vida.
Los animales, flacos, sin fuerzas, morían en cantidad y parecía mentira que esos campos, que al presente se asemejaban al más desolado de los páramos, hubieran podido ser, alguna vez, praderas alegres cubiertas de hierbas y de árboles o de extensas plantaciones de maíz, en las que los frutos se ofrecían generosos.
Los niños, pobres víctimas inocentes de los pecados y de la disipación de los mayores, débiles, flacos, con los rostros macilentos, los ojos grandes y desorbitados, verdaderos exponentes de miseria y de dolor, sólo abrían sus bocas resecas para pedir algo que comer. Los más débiles morían sin que nadie pudiera hacer algo por ellos.
El sol caía a plomo. De una de las casas de piedra que se hallaban en los alrededores de la población, una mujer salió, corriendo desesperada.
Era Urpila que, enloquecida porque sus hijos morían de hambre y de sed , arrepentida de las faltas cometidas en los últimos tiempos, demostrando a todos su vergüenza, su pecado y su olvido de Inti y de la Pachamama, corría a la primera apacheta del camino a pedir protección a la Madre Tierra y a depositar su ofrenda de coca y de llicta, últimas porciones que había podido conseguir.
Llegó a la apacheta y, casi sin fuerzas, comenzó a implorar:
Pachamama,
Madre Tierra,
Kusiya… Kusiya…
Lloró y se desesperó ante el altar de la diosa, prometiendo enmienda y sacrificios.
Extenuada, sin fuerzas para continuar, se sentó en el suelo, apoyando su cuerpo cansado en el tronco de un árbol que crecía a pocos pasos y cuyas ramas secas parecían retorcerse en el espacio.
Tan grande era su fatiga, tanta su debilidad, que, vencida, bajó la cabeza y no tardó en quedarse profundamente dormida.
Tuvo sueños felices. La Pachamama, valorando su arrepentimiento, llenó su alma de visiones de esperanza y acercándose a ella, con toda la grandeza que como diosa le concernía, le habló generosa:
No te desesperes, mujer. El castigo ha dado sus frutos y el pueblo, arrepentido como tú misma de su ocio y desenfreno, retornará a su existencia anterior, que es la justa, la verdadera. La vida renacerá sobre la tierra que volverá a brindar sus frutos y su belleza.
Cuando despiertes, y antes de irte, abre tus brazos y recibe las vainas que ha de regalarte este «Arbol», desde hoy sabrás. Que las coman tus hijos y los hijos de otras madres, que con ellas calmarán su hambre y apagarán su sed. Tu humildad y tu arrepentimiento han hecho posible este milagro que Inti realiza para ti.
Cuando Urpila despertó, creyó morir, tal era su decepción. El aspecto de la tierra en nada había variado y la visión había desaparecido.
Se convenció de que su sueño había sido sólo eso: un sueño. Pero, recapacitando, volvieron a su mente las palabras de la Pachamama y recordó al «Arbol».
Levantó entonces sus ojos hacia las ramas que parecían secas, y tal como la diosa lo anunciara, las vainas doradas se ofrecían a su desesperación como una esperanza de vida.
Cambió en un instante su estado de ánimo dándole fuerzas extraordinarias. Se levantó ansiosa y cortó… cortó los frutos generosos hasta que entre sus brazos no cupieron más.
Entonces corrió al pueblo, hizo conocer la nueva y todos se lanzaron a buscar las milagrosas vainas color castaño, mientras ella repartía entre sus hijos el tesoro que encerraban sus brazos de madre y que le había concedido la Pachamama.
El pueblo volvió a la vida y veneró desde entonces al «Arbol Sagrado» que fue su salvación y que ha partir de ese día les brinda pan y bebida que ellos reciben como un don.
Ese árbol venerado es el algarrobo, que tiene la virtud, además de las nombradas, de ser, en tiempos grandes sequías, el único alimento de los animales. (*)
(* ) Fuente: Leyenda recopilada por Leonor Lorda Perellón.

Yararà o vìbora de la cruz – Bothrops alternatus – El Churqui, Dpto. Jimenez

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Yararà o vìbora de la cruz

De las víboras venenosas que habitan en el país es la que mayor cantidad de accidentes provoca. Es de color amarronado o grisáceo, pupila vertical, foseta loreal (órgano termosensible ubicado a ambos lados del hocico, entre el ojo y la nariz), y manchas arriñonadas (en medialuna o cuadrangulares). Aunque hay variaciones como la yarará crucera (o de la cruz), que mide unos 150 cm y presenta sobre la cabeza líneas formando una cruz blanca; la yarará chica es similar a la descripta pero un tanto mas pequeña; y la yarará ñata es de hocico respingado y vientre amarillo con manchas marrones.

En todos los casos los dientes inoculadores son solenoglifos (retráctiles, guardados dentro de vainas mucosas), y parecen dos agujas hipodérmicas.
Los accidentes que producen pueden ser mortales, ya que el veneno es:

de acción proteolítica(destruye tejidos).

coagulante (provoca hasta incoagulabilidad sanguínea).

hemorrágica (por lesión de vasos sanguíneos).
Actividad

La yarará sale a cazar cuando cae la tarde, que es la hora en la que abundan sus presas favoritas, los roedores -lauchas de campo, ratas conejo, ratas coloradas y cuises pampeanos-, a los que puede rastrear mediante su «olfato» y cuyo paso nocturno acecha.

Periódicamente la yarará se desnuda de su piel. La epidermis se desprende poco a poco, ayudada por movimientos especiales, y acaba por caer. El período de la muda suele ir seguido de un incremento en la actividad de caza; la yarará debe resarcirse del desgaste que implicó el cambio.

La yarará es, como todos los reptiles, poiquiloterma, o sea de temperatura variable, dependiente de la temperatura ambiental. La yarará, por sus hábitos crepusculares y nocturnos evita los rigores del. Durante el día permanece oculta en refugios naturales, debajo de piedras, en huecos y hendiduras. En algunas zonas templadas, donde el invierno es bastante riguroso, recurre a la hibernación, ese modo de suspender en una especie de largo sueño todas las actividades vitales, reduciendo la vida a sus umbrales más bajos para así resistir el invierno.

La yarará pasa esos largos meses de ayuno en algún escondrijo natural o bien en cuevas abandonadas a menudo por los roedores.

Biología general

La primavera desencadena el proceso reproductivo. La cópula está precedida de un complejo ritual de acercamiento, una especie de danza nupcial en la que macho y hembra se enfrentan, elevando el cuerpo, meciéndose y tocándose largamente.

La yarará, como algunas otras víboras, es ovovivíparas, es decir que su sistema de reproducción es una combinación de oviparismo y viviparismo. Los huevos contienen el alimento que necesita el embrión para desarrollarse y no hay ninguna conexión entre éste y la madre, a diferencia de lo que sucede en el caso de los vivíparos. Sin embargo, el desarrollo de ese embrión no ocurre fuera de la madre sino dentro de sus oviductos.

Como la permanencia en el interior del cuerpo de la madre los mantiene al abrigo de todo accidente o agresión externa, los embriones no necesitan la fuerte protección del cascarón y se desarrollan dentro de una membrana transparente.

La hembra da a luz un viborezno aproximadamente cada diez minutos, hasta completar un número de entre doce y dieciséis crías de alrededor de treinta centímetros de largo. Cada una nace envuelta en esa membrana transparente pero ya perfectamente formada, y rompe de inmediato la protección que la recubre. A los veinte minutos de nacer los viboreznos son capaces de desempeñarse solos. Sus colmillos ya contienen veneno, su actitud es agresiva y son muy capaces de cazar y engullir una presa pequeña.

Bio-ecología

Las presas más frecuentes de la yarará son los roedores, principalmente la laucha de campo, la rata conejo, la rata colorada y el cuis pampeano. Su principal depredador es la luta o mussurana, aunque también se menciona a los halcones y la cigüeña común.

(víboras, culebras, lagartijas), ranas, moluscos, cangrejos, insectos (mariposas, langostas, etc.) y una variada serie de peces de agua dulce. Se constituye así una dieta de amplio espectro, cuyos componentes varían de acuerdo con la disponibilidad de los mismos a lo largo del año o según las zonas.

Su futuro

La yarará es, sin duda, temible para el hombre, y sin embargo, sería un error considerarla su enemiga. Dentro de su ecosistema es una importante controladora de la población de los roedores, especies sumamente prolíficas que, sin esos adecuados controles naturales, acarrearían notables perjuicios a la vegetación en general y, particularmente, a la agricultura.

Tordo Músico (Molothrus badius) – Toro Pozo, Dpto. Jimenez

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Tordo Músico (Molothrus badius) – Toro Pozo, Dpto. Jimenez

Características:

Nombre Vulgar: Tordo Músico, Músico, Vaquero Músico, Tordo Mulato, Tordo Bayo.

En esta especie los sexos son semejantes. El plumaje del cuerpo es gris parduzco, con una mancha negra entre el ojo y el pico.                                                                                                                                                             Su cola es negra como así también el pico y las patas. Las alas, dejan entrever un contrastante color canela. Particularmente, el nombre de la especie con la que se lo bautizó es «badius».                               Este término hace referencia al color general de su plumaje, por cuanto indica el color del dátil maduro (baya-badius) que es castaño o pardo rojizo. Por lo general anda en pequeñas bandadas de 10 a 30 individuos. No son migratorios, pero en invierno viajan mucho de un lugar a otro, sin extender sus viajes más de unos pocos kilómetros en todas direcciones. Su extrema sociabilidad afecta sus hábitos nidíferos, pues a veces, la bandada no se rompe en primavera, y varias hembras ponen juntas en un nido.                                                                                                                                                                                         Por lo general la bandada se deshace en parejas. Luego construyen un nido prolijo y bien hecho en la horqueta de una rama.                                                                                                                                                         Es también frecuente verlos comprometidos en gran lucha para tomar posesión de algún nido realizado con gran cantidad de ramas; para en él o sobre él, construir su propio nido.

Sombra de Toro (Jodina rhombifolia) – Toro Pozo, Dpto. Jimenez

Sombra de Toro (Jodina rhombifolia) - Toro Pozo, Dpto. Jimenez

Sombra de Toro (Jodina rhombifolia) - Toro Pozo, Dpto. Jimenez

Caracteristicas:

Arbol perenne, de gran valor ornamental. Sus flores blanco-verdosas despiden un exquisito aroma, y sus frutos rojos atraen pájaros nativos. Se le conocen muchísimas propiedades medicinales.
Distribución: Desde Río Negro y La Pampa en el sur se extiende por el centro y norte de Argentina hasta el sur de Brasil, Paraguay y Bolivia. En Tucumán: Parque chaqueño y Monte
Observaciones: Empieza a florecer en mayo y fructifica de julio a noviembre. Junto al Aspidosperma quebracho blanco tiene hojas en invierno, es entonces de vegetación foliada

Tuna colorada – El Churqui, Dpto. Jimenez

Tuna colorada

Tuna colorada

Características:

La tuna es una producción adaptada a zonas áridas y semiáridas, debido a su notable rusticidad. Comercialmente se considera como fruto exótico, utilizándose con fines que van desde lo medicinal hasta lo forrajero.
En el mercado internacional la calidad del fruto destinado al consumo como fruta fresca se determina por el tamaño, el color de la cáscara, la proporción de semillas, pulpa y cáscara y el contenido de azúcares.- Tamaño: debe pesar como mínimo 120 gramos. En Italia, según el tamaño se clasifican en: frutos extra grandes con más de 160 gramos; frutos primera clase de 120-160 gramos, frutos segunda clase de 80 a 100 gramos y frutos de tercera clase con menos de 80 gramos. – Color de la cáscara: El fruto más apropiado para el mercado internacional es el amarillo-anaranjado, al igual que los rojo-púrpuras. Los cultivares verde claro, blanco o el rosa-naranja, sólo son relevantes en los mercados locales y tienen mayores problemas de manejo y almacenamiento.- Porcentaje de pulpa: los valores aceptables de porcentaje de pulpa son del 60-75 % del peso del fruto. La proporción de pulpa para exportar debe ser mayor al 55-60%.- Proporción de semillas: Los frutos obtenidos con manejo apropiado tienen una proporción de semillas de aproximadamente 2,10 %. – Semillas abortivas: La relación entre semillas normales y abortivas (vacías) es uno de los parámetros más importantes para definir la calidad del fruto. – Sólidos solubles totales: El contenido de azúcares juega un rol decisivo en la calidad del fruto. Principalmente glucosa y fructosa, acumuladas durante las semanas finales del desarrollo de la pulpa. Sus valores óptimos para la cosecha varían entre un 13 y 15%.